No aprietes el botón....
A veces me escribís y me abrís vuestras almas. Me habláis de la soledad que sentís en vuestras vidas. De la incomprensión de aquellos que os rodean. Me contáis que, en las largas noches de insomnio, lloráis por vuestro corazón roto a base de rechazos, de crueldad, de incomprensión y de todas las traiciones de personas a las que queríais y en quienes confiabais. Muchas veces es difícil conocer a gente que nos comprenda, hay que añadir el hecho de nuestra extrema sensibilidad y el dolor que nos provocan sucesos y hechos que para otros son simples anécdotas. Hace años yo pasé por lo mismo. Recuerdo algo ya no siendo niña que me ocurrió una noche y que duró sólo un segundo, un segundo eterno que me cambió por dentro y por fuera. Que cambió mi vida....
“ Esa noche me rendí...
El amor de mí vida nos dejó....
Y las lágrimas que se me escaparon y fueron distintas de las muchas que se me han escapado antes...Pero, súbitamente, me invadió una calma extraña, oscura. Todos mis músculos se relajaron y las lágrimas dejaron de fluir. Dejé de sentir, de esperar nada, de ser yo. Y mientras me sentía caer, pensé lo fácil que sería no volver a levantarme nunca de mi cama. No volver a hablar con nadie, ni a escuchar a nada ni a nadie. No volver a leer un libro, abandonar mis sueños, mis creencias, mis amigos, mis sentimientos por quien amo... No volver a sufrir jamás por nada ni por nadie. Simplemente quedarme allí, en mi cama. Sin pensar, sin sentir. Hundirme en mi mente y no regresar jamás a un mundo al que no le importará nunca que me haya ido. Aunque permaneciera allí.
Sólo fue un segundo. Un único instante. Pero fue aterrador. Porque por primera vez en mucho tiempo me sentí bien. Tranquila. Descansando de la vida y completamente tentada a hacerlo perdurar para siempre. Una calma fría e indiferente. La calma de un alma que ha muerto al mundo. La oscuridad me pareció cálida y reconfortante, la soledad lo único que ansiaba, el silencio eterno la paz.
Ya no me importaba la respuesta. Porque durante ese segundo, supe que podía elegir. Podía cerrar mi corazón, mi mente y mi alma y no volver a sentir nada por nadie. Que existe ese interruptor en el fondo de nosotros que nos desconecta de la humanidad, y que podemos activarlo a voluntad. Un agotamiento tenue y continuo que va minando nuestras fuerzas...
Y ese día yo apreté el botón, y todo quedó en calma. Muerto...
No sé qué ocurrió al cabo de ese segundo. No sé qué parte de mi tuvo la fuerza que me hizo falta para volver a activar mi esperanza. No sé de dónde viene esa voz que me susurró, tan lejos que apenas pude oírla, seguirás luchando, porque has nacido para luchar.
Pero la oí. Y tuve la fuerza...
Sé que es muy fácil dejar de ser humano. Dejar de tener alma. Devolverla al lugar del que sea que proviene y limitarse a existir por existir. Y me pregunto cuant@s de nosotr@s hemos estado a punto de caer en ese estado tan insensible, esa paz mental tan parecida a la paz de la muerte.
El no volver a levantarse por nada, no alzar mi voz nunca más en contra ni a favor de nada. Dejar que todo pase de largo y limitarme a respirar para seguir siendo nada. Porque ahora sé lo que es la nada. Y lo invade todo.
Porque tal vez sea necesario un motivo para luchar y no baste el haber nacido luchador@. Y durante ese segundo eterno, maravilloso, espeluznante, tranquilo y aterrador, comprendí que parte de mí si tenía motivos para luchar. Y estoy aquí. Pude regresar"
Y era lo suficientemente fuerte para enfrentarme al mundo por ello y seguir luchando todos los días de mi vida si hacía falta. Ese algo que me hizo regresar al mundo tenía un nombre....
Tod@s hemos tenido que luchar en un sentido u otro, cada batalla me da más fuerza. Cada batalla me hizo más resistente. Mis sentimientos son los que me hacen humana. Mis emociones son lo que me dan vida. Mi capacidad de sentir lo que me rodea.
Pero me pregunto cuánt@s no encuentráis nunca una razón para continuar. Cuant@s de nosotr@s se dejan vencer por esa tristeza tan profunda que a veces no sabemos que la sentimos hasta que es demasiado tarde. Cuantas de nosotr@s una noche, sin saber por qué ni cómo, simplemente se rinden y dejan todo atrás. Su esperanza, su magia, su alegría. Su alma que puede cambiar el mundo, sin llegar a saberlo.
Y cuant@s de vosotr@s estáis ahí, justo en el límite, justo en ese momento en el que puede que no haya vuelta atrás. Pero yo os pido que no os rindáis. No apretéis el botón. Sé que a veces parece que este mundo nos rechaza, que no encajamos en estos tiempos que valoran más lo que tienes o lo que pareces que lo que verdaderamente eres. A veces sentimos que somos restos de una época perdida y que nuestro tiempo acabó hace ya mucho. Pero no es cierto...Por eso, cada vez que algo haga sangrar tu corazón, piensa que esa sangre es la que riega tu esperanza. Eso que ahora os duele, la pena, la tristeza que ahora sentís, la extrema sensibilidad… son las fuentes de vuestro poder. Sólo quien conoce el sufrimiento sabe el verdadero valor de la felicidad. Sólo quien lo ha perdido todo, sabe valorar cada pequeña esperanza. Por eso, no neguéis quienes sois, no deis la espalda a todas esas experiencias que os hieren. Buscad en vosotr@s mism@s la razón por la que continuar luchando... Os aseguro que todo pasa, pero sólo si vosotr@s permitís que pase y no os aferráis a ello.
Cuando sientas que no puedes más, que ni una molécula de ti puede continuar adelante, levántate, mírate en el espejo y sonríe. Tienes delante lo que hará que tu vida merezca la pena. Respira hondo, levanta la mirada y continua. Sé un ejemplo de lo que verdaderamente importa...y ya hay demasiadas almas muertas caminando por la tierra.
No aprietes el botón. No te rindas....
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